Extrañas excusas
Las revelaciones sobre la presunta existencia de dos minas de uranio en producción con asistencia iraní al sur de Venezuela, bajo la inusual fachada de una fábrica de motocicletas, terminaron siendo según las versiones oficiales un cuento de camino. Colombia concluyó el episodio ofreciendo excusas al gobierno venezolano, y siguiendo su costumbre, Chávez insultó al embajador Camilo Ospina preguntándose si “estaba borracho” cuando analizaba escenarios de potenciales conflictos durante una conferencia académica en la Universidad del Rosario, el pasado 9 de agosto. Sin embargo resulta difícil creer que las revelaciones de Ospina hayan sido simplemente una indiscreción, una simple teoría lanzada al boleo. Ospina acaba de terminar su gestión como Ministro de la Defensa de Colombia, y es muy posible que haya tenido acceso a informes de inteligencia que pudieran respaldar lo que dijo al principio y la cancillería en Bogotá terminó negando por conveniencia. Por otro lado, a pesar del desmentido, varios hechos no han sido negados: la existencia de uranio en la zona citada por el ministro colombiano, la intención de construir una fábrica de motocicletas con participación de Irán, y la presencia de ya larga data de iraníes en las vastas zonas mineras del sur venezolano. Nadie ha hablado sobre las restricciones que existen para el acceso a ciertas zonas en el sur de Venezuela, que están bajo estricto control militar. Incluso el actual ministro de la Defensa de Colombia, Juan Manuel Santos, deja abierta la interrogante. Si me preguntan, creo que la diplomacia colombiana, a pesar del desmentido, cumplió con su objetivo: puso el tema en el candelero, puso la lupa sobre la zona “400 kilómetros Arauca adentro”, y dejó en claro al gobierno venezolano que sabe más de lo que se cree y que están vigilando. El desmentido oficial puede ser un simple saludo a la bandera. Lo importante es que el gobierno colombiano hizo saber que sabe lo que el gobierno venezolano no quería que se supiera. Cosas de la diplomacia de estos días.
Las revelaciones sobre la presunta existencia de dos minas de uranio en producción con asistencia iraní al sur de Venezuela, bajo la inusual fachada de una fábrica de motocicletas, terminaron siendo según las versiones oficiales un cuento de camino. Colombia concluyó el episodio ofreciendo excusas al gobierno venezolano, y siguiendo su costumbre, Chávez insultó al embajador Camilo Ospina preguntándose si “estaba borracho” cuando analizaba escenarios de potenciales conflictos durante una conferencia académica en la Universidad del Rosario, el pasado 9 de agosto. Sin embargo resulta difícil creer que las revelaciones de Ospina hayan sido simplemente una indiscreción, una simple teoría lanzada al boleo. Ospina acaba de terminar su gestión como Ministro de la Defensa de Colombia, y es muy posible que haya tenido acceso a informes de inteligencia que pudieran respaldar lo que dijo al principio y la cancillería en Bogotá terminó negando por conveniencia. Por otro lado, a pesar del desmentido, varios hechos no han sido negados: la existencia de uranio en la zona citada por el ministro colombiano, la intención de construir una fábrica de motocicletas con participación de Irán, y la presencia de ya larga data de iraníes en las vastas zonas mineras del sur venezolano. Nadie ha hablado sobre las restricciones que existen para el acceso a ciertas zonas en el sur de Venezuela, que están bajo estricto control militar. Incluso el actual ministro de la Defensa de Colombia, Juan Manuel Santos, deja abierta la interrogante. Si me preguntan, creo que la diplomacia colombiana, a pesar del desmentido, cumplió con su objetivo: puso el tema en el candelero, puso la lupa sobre la zona “400 kilómetros Arauca adentro”, y dejó en claro al gobierno venezolano que sabe más de lo que se cree y que están vigilando. El desmentido oficial puede ser un simple saludo a la bandera. Lo importante es que el gobierno colombiano hizo saber que sabe lo que el gobierno venezolano no quería que se supiera. Cosas de la diplomacia de estos días.
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